Enrique
M. Rovirosa
Al igual que millones de mexicanos, estoy indignado y harto por la ola de violencia
que afecta a nuestro país; sin embargo, a diferencia de la mayoría,
no considero que la culpa de la situación que se vive sea exclusiva de
los delincuentes, de las distintas corporaciones policíacas o de los órganos
encargados de impartir justicia. Estoy convencido de que hemos llegado al punto
en que estamos en materia de seguridad pública, gracias a la corrupción
desenfrenada que impera en todos y cada uno de los poderes, niveles y ramas de
gobierno.
Los hechos violentos que hoy se viven dan plena razón a aquellos que
suelen decir que México es una cloaca. Y en este estado de cosas, ninguno
de nuestros políticos o funcionarios públicos están libres
de culpa.
La corrupción no sólo es el acto de sobornar con dinero a un
policía o a un juez para que dejen en libertad a un infractor de tránsito
o a un criminal. Es igualmente, el ocultar o falsear la verdad así como
faltar a una promesa o quebrantar un pacto.
En una sola palabra, mentir también es corrupción.
El Presidente Felipe Calderón nos ha mentido de manera sistemática
a los mexicanos en temas como la reforma fiscal, la reforma energética,
la generación de empleo y, en general, sobre la marcha de la economía
nacional.
Nuestro primer mandatario ha faltado a su promesa de respetar y hacer cumplir
la Constitución y las leyes que de ella emanan, al hacer uso inapropiado
de las fuerzas armadas y mantener a colaboradores en puestos de alta jerarquía
de quienes lo menos que uno puede hacer es cuestionar su compromiso con la honestidad,
tal y como es el caso del Secretario de Gobernación que en opinión
de muchos, si infringió la ley en materia de tráfico de influencias.
Sobre el grado de incompetencia que han mostrado algunos de sus allegados más
cercanos, mejor ni hablar.
Calderón también ha hecho uso ilegítimo de recursos públicos
al destinar cientos de millones de pesos en campañas mediáticas
que buscan enaltecer su imagen o tratan de convencer a la mayoría de la
población de las bondades de sus ofertas legislativas, siendo que él
mismo reconoce que sólo es quien propone y el Congreso de la Unión
el que dispone.
Ni que decir sobre innumerables giras que realiza por todo el país,
sin objetivos claros salvo el abusar del discurso y “posar para la foto”
en vez de entrar de lleno al dialogo con los habitantes de las comunidades que
visita para así conocer sus verdaderos problemas y analizar posibles soluciones.
O, en su caso, dedicar ese tiempo a trabajar más de cerca con sus colaboradores
para exigirles metas y que cumplan con sus labores.
En estas circunstancias, uno no puede más que llegar a la conclusión
de que no se va a resolver el problema de la delincuencia organizada porque ello
requiere enfrentar al sistema de corrupción que caracteriza el funcionamiento
de todas las instituciones del país. Y si el Presidente es culpable de
esta práctica, entonces ¿Quién va a ser el que dirija la
solución al problema?
México requiere de un líder que pregone la honestidad con en
el ejemplo y no sólo con palabras. Esto como requisito fundamental del
inicio de una lucha contra los males endémicos de la corrupción
y la impunidad que nos ahogan de manera cotidiana.
Si en realidad el presidente Calderón quisiera cambiar las cosas, tendría
que empezar por reconocer sus errores, omisiones y faltas. Pero no se ve que esto
vaya a suceder, pues insiste en hablar de un problema focalizado en las corporaciones
policíacas y en los órganos de impartición de justicia así
como la necesidad de cambios al sistema legal para endurecer el castigo a los
delincuentes, entre otros.
Lo anterior quedó demostrado de manera muy clara en su discurso durante
la XXIII Sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, en la
que se firmó el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Legalidad y la Justicia.
En dicha ocasión, el Presidente dijo: “Debemos frenar a la delincuencia:
un primer paso es sacarla de nuestra propia casa.” Y precisó:
“Hay que hablar claro, la proliferación del crimen no puede entenderse
sin el cobijo que durante muchos años le fue brindando la impunidad; impunidad
que se ha abierto camino en medio de nuestras insuficiencias para tener investigaciones
del delito rigurosas. “Impunidad que, aprovechándose de una mala
entendida división de competencias entre autoridades y Órdenes de
Gobierno, ha encontrado el camino a sus anchas para delinquir. “Impunidad
que se ha alimentado de deficiencias en la ley o del mal desempeño de las
instituciones encargadas o de investigar, o de procurar o de impartir justicia.
Impunidad que ha avanzando, plaza por plaza, debido al miedo, a la intimidación
y por desgracia, también, a la corrupción, en algunos casos, de
autoridades o quienes han decidido darle cobijo a los delincuentes.”
Como puede apreciarse, si bien es cierto que Calderón habla de la impunidad
y de la corrupción, también lo es que en ningún momento se
refiere a la necesidad de atacar estos problemas en todos sus ámbitos.
Y peor aún, es muy preciso en cuanto a que no desea llamar a cuentas
a los responsables de la situación que prevalece al enfatizar: “No
se trata de mirar al pasado para encontrar culpables de nuestros males presentes
o de buscar entre nosotros culpabilidades recíprocas, que entendamos como
ajenas. La verdad es que todos somos responsables”.
Con estas palabras el Presidente continua con la vieja practica del “borrón
y cuenta nueva” así como la misma cantaleta del “aquí
no pasa nada”. Somos millones las victimas de la corrupción
y nuestra única responsabilidad en este problema, es la de estar inermes
para exigir una solución a quienes tienen la obligación de alcanzarla.
Calderón y el resto de los políticos mexicanos son incapaces
de entender que las mega marchas no son únicamente una protesta contra
la delincuencia y el crimen sino un rechazo generalizado a la impunidad y la corrupción.
Mientras sigan así, no lograrán avances significativos y, peor aún,
lo único que podemos esperar es que las cosas empeoren.
Sábado, 30 de agosto de 2008. |