Enrique
M. Rovirosa
Desde hace algún tiempo, la banca privada
en México ha sido objeto de fuertes críticas,
mismas que ya no sólo las pronuncian
los usuarios de los servicios que ésta
ofrece sino, también, quienes tienen
la responsabilidad de vigilar su correcto funcionamiento.
Para muchos, la privatización de la
banca mexicana no ha cumplido con las expectativas
que generó, pues no ha traído
los beneficios que se esperaban y, menos, a
raíz de quedar prácticamente en
manos de extranjeros.
Actualmente, sólo Banorte es propiedad
de inversionistas locales. El resto, son unidades
de los españoles BBVA y Santander, del
estadounidense Citigroup, del británico
HSBC y del canadiense Bank of Nova Scotia.
El Gobernador del Banco de México, Guillermo
Ortiz, ha señalado en diversos foros
que los bancos extranjeros no han operado con
los mismos criterios que aplican en sus países
de origen. Y de manera indirecta, el responsable
de la política monetaria del país,
los ha acusado de ser evasores fiscales y llevar
a cabo prácticas oligopólicas
que les han generado ganancias excesivas.
En resumidas cuentas, para Ortiz, el sistema
bancario "se encuentra concentrado,
no es competitivo y resulta caro para los mexicanos".
En este marco, ya no es de extrañar
que los funcionarios del órgano regulador
cada vez que suben a una tribuna, insistan sobre
la necesidad de que se reduzcan las tarifas
bancarias e, indirectamente, sugieran cambios
a las leyes.
La respuesta por parte del presidente de la
Asociación de Bancos de México,
Marcos Martínez, ha sido la de calificar
como subjetivas las diatribas respecto a las
altas comisiones y tasas de interés que
cobran las instituciones del país. Y
ha señalado que ya han iniciado una reducción
gradual de las tarifas, pero que ello no está
libre de costos.
Los reproches de Ortiz no se han limitado al
ámbito de las operaciones que realizan
los bancos transnacionales en el país;
también las ha hecho extensivas como
practicas comunes de éstos en los países
emergentes.
Recientemente, durante su participación
"en la XIV Conferencia Internacional de
Supervisores Bancarios (ICBS)", que se
celebró en la ciudad de Mérida,
destacó que “actualmente el
40% en promedio de los activos de los bancos
en los países en desarrollo se encuentra
en manos de inversionistas del exterior"
y, agregó, sus casas matrices "administran
a sus subsidiarias como si fueran sucursales.
Asignan capital y líneas de negocio a
lo largo de todo el grupo hacia aquellos segmentos
que ofrecen un pronóstico más
atractivo de riesgo y rendimiento".
Del mismo modo criticó que los responsables
de las subsidiarias actúen "...como
embajadores de la matriz, con muy poco poder
de decisión".
Durante dicho evento, Ortiz aprovechó
para sugerir que se debería requerir
a los bancos locales grandes, incluyendo sus
subsidiarias más importantes, que coticen
al menos un 30% de sus acciones en la Bolsa
de Valores. Esto con la finalidad de que "La
participación de accionistas minoritarios
en el capital y su representación en
los órganos directivos ayudaría
a impedir que eventualmente la matriz pudiera
tomar decisiones que no fueran favorables para
la subsidiaria", agregó.
En general, los señalamientos del jefe
del banco central mexicano están orientados
a que el poder legislativo haga una revisión
a fondo de los mecanismos regulatorios existentes
para las instituciones bancarias.
Si embargo, hay que destacar que ello no necesariamente
hará que la banca adopte un comportamiento
más acorde a los requerimientos de nuestro
país. Y es que ya ha demostrado que si
bien es muy exigente cuando se trata de castigar
a quienes violan sus derechos, no lo es cuando
es ella quien contraviene la de sus clientes
y deudores.
La Comisión Nacional para la Protección
y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros
(Condusef) recibe miles de denuncias mensualmente
en contra de las instituciones crediticias,
mismas que van desde quejas por los servicios
que se brindan en los cajeros automáticos
hasta por cargos indebidos en todo tipo de cuentas.
Y más aún, por el ejercicio de
prácticas inmorales e ilegales, tratándose
de la cobranza a clientes morosos.
Ello ha llevado al organismo a acordar con
la banca, el apegarse a un código de
ética, entre cuyos puntos principales
destacan: el respeto a la dignidad de la gente,
a su intimidad, así como un apego a la
legalidad.
Al respecto, consideramos que en un estado
de derecho, el dar cumplimiento a la leyes no
debe ser motivo de un acuerdo de moralidad,
sino de castigo para quienes no las acaten,
incluyendo a la banca.
En un mundo que clama cada día más
porque se brinden mayores libertades de accionar
a los entes privadas, las sugerencias de Guillermo
Ortiz seguramente suenan como sacrilegio; sin
embargo, consideramos que éstas no deben
descartarse a la ligera. Y es que sacan a la
luz la necesidad de llevar a cabo un análisis
profundo sobre los efectos que nos ha traído
el adoptar un modelo económico de apertura
total, el cual no necesariamente responde -y
posiblemente tampoco lo haga en un futuro cercano-
a los objetivos de desarrollo económico
y social que todos queremos.
La terrible desigualdad social que vive nuestro
país no es producto de la casualidad.
Responde, entre muchas otras cosas, a un política
económica que ha permitido que unos cuantos
grupos –entre ellos la banca- se lleven
los frutos del crecimiento económico
del país, por incipiente que éste
sea. Que bueno que el gobernador del Banco central
sea de los pocos -dentro del propio sistema-
que se atreven a denunciarlo.
Viernes,
6 de octubre de 2006. |