Enrique
M. Rovirosa
El miércoles pasado, el ministro presidente
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
(SCJN), Mariano Azuela Güitrón,
al dictar una conferencia y después en
una sesión de preguntas y respuestas
con alumnos de la Universidad Anáhuac,
al referirse a una petición que se presentó
ante el máximo tribunal de justicia por
la presunta violación grave al voto público
en la reciente elección presidencial
y tomando como fundamento el artículo
97 de la Constitución, dijo que este
apartado resulta "totalmente anacrónico,
obsoleto" y está "realmente
redactado con los pies".
Explicó que su sentir se apoyaba en
el hecho de que el citado ordenamiento venía
“de una Constitución que existía
cuando no había un sistema electoral"
y, por ende, ni un Instituto Federal Electoral
así como tampoco un tribunal especializado.
Las declaraciones anteriores hubieran pasado
desapercibidas si las hubiera hecho cualquier
otro personaje de la vida pública, pero
por tratarse de quien dirige al grupo más
selecto y exclusivo de magistrados en México,
encargados precisamente de emitir la última
palabra sobre los asuntos jurídicos que
llegan a esa instancia, sus palabras resonaron
por todos los rincones del ámbito legal.
Y es que en opinión de algunos especialistas,
ningún juez, magistrado o ministro debe
opinar en público, sobre un caso que
se les puede llegar a presentar y, en todo caso,
sólo deben de hacerlo a través
de sus sentencias.
Desconozco si existe algún ordenamiento
jurídico que obligue a los jueces guardar
las formas descritas arriba; no obstante, dada
la situación que priva en estos momentos
en el medio ambiente político nacional,
lo menos que puede decirse es que las declaraciones
de Azuela Güitron fueron imprudentes y
desafortunadas.
Muchos sostenemos que uno de los problemas
más graves que padece nuestro país
es la falta de una cultura de respeto al estado
de derecho y el que las leyes estén sujetas
al criterio muy personal de quien las aplica.
Y que esta condición es precisamente
lo que hace que nos caractericemos por tener
un sistema de justicia anacrónico y torcido,
que fomenta la impunidad y resulta ineficaz
en contra del crimen organizado y la corrupción.
Las palabras del ministro Mariano Azuela confirman
lo anterior pues, además de ser contrarias
al principio de división de poderes,
indican que hay sesgo en quien debiera mantener
una posición de imparcialidad. Asimismo,
porque pueden interpretarse como un desprecio
hacia lo que debe ser una obligación
fundamental de todo juez: hacer respetar la
Constitución y las leyes que de ella
emanan.
Queda claro, aún para neófitos
en materia legal como un servidor, que es facultad
del Congreso de la Unión revisar y aprobar
las leyes, y de los jueces, aplicarlas. Y no
a la inversa. Las críticas que expresó
el magistrado son violatorias a esta división
de tareas y, por ello, bien merecerían
incluirse en los anales de “Ripley”.
¿Será esta manera de actuar una
señal que los jueces en México
quieren ser los artífices del cambio
al sistema legal del país, pasando por
alto al poder legislativo?
Si bien la interrogante no deja de ser más
que una especulación, no hay que olvidar
que dentro de la administración pública,
los magistrados son los funcionarios mejor pagados.
El año pasado por ejemplo, de acuerdo
a información dada a conocer por uno
de los diputados federales, Mariano Azuela obtuvo
una remuneración bruta mensual de poco
más de 649 mil pesos, es decir cerca
de 7.8 millones de pesos anuales.
En total, los 11 ministros de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación tuvieron un
costo en el año de poco más de
72.1 millones de pesos.
Este nivel de percepciones aunado al poder
de decisión que tienen los ministros
sobre los asuntos legales del país, los
coloca en la más alta posición
de privilegio que pueda darse en la administración
pública.
Lo anterior, debiera ser motivo suficiente
para que todos los magistrados fueran más
que cuidadosos y atentos a lo que expresan en
público.
Existe un clamor generalizado en cuanto a que
es urgente fortalecer el estado de derecho y
castigar la impunidad. Los jueces deberían
ser los primeros en atender este reclamo y no
adoptar posturas que nos llevan a pensar que
en nuestro país las leyes son letra muerta.
Viernes,
18 de agosto de 2006. |