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Lic. Ernesto Z. Herrera *

Muchos se preguntan, ¿Que implicaciones podrían surgir, si Andrés Manuel López Obrador (AMLO) obtuviera el triunfo en las elecciones del próximo 2 de julio?

Como es del conocimiento general, el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) se ha mantenido al frente de todas las encuestas que se han realizado en el país, lo que plantea la posibilidad que, por primera vez, la izquierda alcance la presidencia de la República.

Independientemente de las preferencias de los electores y los grupos de poder, el hecho de que un candidato de corte socialista tenga la posibilidad real de llegar a la Presidencia, representa un signo claro del avance democrático e institucional que se ha tenido, sobre todo si recordamos que no hace mucho, en los años 60’s, la izquierda estaba proscrita y era perseguida a través del famoso articulo 33 Constitucional sobre la llamada disolución social.

Hoy, esta corriente política persigue el poder por medios institucionales. Busca ejecutar un programa de gobierno inspirado en sus propios valores y visión de lo que debe ser el país y el mundo. Y pese a que este hecho es altamente positivo, hay personas que manifiestan temor y preocupación por esta posibilidad.

Esto es explicable, pues en México existen muchos intereses, tantos como grupos predominantes. Es normal que surjan dudas y haya un clima de incertidumbre respecto a las opciones que puede plantear un gobierno de ideología diferente; sin embargo, lo bueno de la democracia consiste precisamente en permitir que exista y se procure esta posibilidad.

Lo anterior no debe pasarse por alto al considerar lo que representa la izquierda para el país. En especial, porque podría tener sus primeras incursiones a las altas esferas de poder de la administración pública. No debe olvidarse que en 2000, muchos advertían con temor, los riesgos que significaba para la estabilidad el que un partido distinto al PRI triunfara en las elecciones presidenciales. Ganó el PAN y ¡No pasó nada!.

México ha cambiado. Ya no es un país de un solo hombre, aunque muchos sigan añorándolo. Los mexicanos probamos la democracia y nos dimos cuenta, que, si nos equivocamos, podemos recapacitar y cambiar nuestras decisiones. Es en base a este proceso como se han construido y afianzado los valores, instituciones y usos que constituyen la mejor defensa de la democracia.

Existen muchos mecanismos internos y externos, que le han dado aliento y viabilidad a la democracia mexicana, datos que proyectan su consolidación. Por ejemplo el contexto internacional, los otros poderes, los órganos autónomos, los poderes locales y municipales, los tratados internacionales, la institucionalidad del ejercito, el protagonismo de la empresa privada, la apertura y pluralidad de los medios de comunicación y por encima de todo la ciudadanía que poco a poco se va significando como el poder real que ejerce su voluntad el cual que va depurando el sistema y tomando sus propias decisiones.

Si la ciudadanía decide que gane el candidato del PRD, no debe rodeársele con estigmas de miedo, pues el temor en los temas del poder es muy peligroso. A su sombra se han cometido los peores errores y las más grandes estupideces que conoce la historia. El triunfo de López Obrador o de otro contendiente ajeno a quien ostenta el poder, debe ser visto como una fortaleza de nuestra democracia y no, como una debilidad.

No obstante, su posible triunfo obliga a plantear cuestionamientos como: ¿Cuáles serán sus alcances?, ¿Cómo realizará los cambios obligados en la forma de gobernar?, ¿Con quien podrá compararse?, ¿A que modelo económico responderá?, ¿Quiénes serán sus aliados?, ¿Cómo habrá de enfrentar los compromisos que ha hecho con los pobres?

Las respuestas a estas interrogantes no son sencillas, ni resultan tan lineales en su análisis. Sin embargo, está claro que su estilo de gobierno deberá considerar nuestras características intrínsicas, es decir, nuestra realidad histórica, geográfica, política e institucional.

La corriente histórica que hoy permite viabilidad a López Obrador está alimentada por tres fuentes: a) El nacionalismo Cardenista, b) La corriente de los diversos y dispersos movimientos de las izquierdas históricas y c) El movimiento democratizador, construido a lo largo de la transición con elementos de la izquierda de otros partidos no izquierdistas y con los lideres sociales que coincidieron en el camino de la construcción del cambio democrático del país.

Se trata de una izquierda comprometida históricamente con la democracia. Una que no escogió la violencia de la guerrilla ni del terrorismo sino, por el contrario, que prefirió la negociación política parlamentaria a través de las campañas y las urnas.

En este contexto, la pregunta que surge es: ¿Cómo gobernará la izquierda democrática?

La respuesta la presentó el propio Andrés Manuel, en Metlatónoc, allá en la sierra de Guerrero justo en la apertura oficial de su campaña al afirmar: ”Si habrá economía de mercado, pero el Estado, el gobierno, promoverá con decisión el apoyo al desarrollo social para combatir las desigualdades. Si habrá orden macroeconómico, disciplina en el manejo de la inflación, el déficit público y estabilidad en otras variables, pero con crecimiento sostenido de la economía, generación de empleos y bienestar para los mexicanos. Si atenderemos los fundamentos actuales de la economía mundial, de la llamada globalización, pero ejerciendo nuestra libertad para aplicar los puntos de vista y la política que más convenga al interés nacional.”

Así, entendemos que se trata de una izquierda responsable y congruente con el sistema predominante, pero que observa con preocupación y respeto el problema de la pobreza, en especial de esos más de 50 millones que viven con menos de 2 dólares diarios, pero más por los 18 millones de conciudadanos que sobreviven en la más profunda y vergonzosa marginación.

Afrontar el tema de la pobreza no es fácil. Comprometerse con los pobres es realmente un acto de heroísmo nacional. Ninguno de los otros candidatos ha asumido siquiera, un reconocimiento de que existen. Decir que: “por el bien de todos, primero los pobres”, no es una propuesta de izquierda, sino un llamado de atención del más elemental sentido común y de ética política. ¿Qué otro tema podría ser más relevante e importante y además urgente en un país con los niveles de desigualdad y pobreza que tiene México?, ¿Seremos tan miopes que no vemos que este país no despega precisamente por sus profundas diferencias y la gran cantidad de personas que no disponen de un ingreso que les permita ser incluidos en la demanda real del mercado?

El propio Presidente Vicente Fox reconoció recientemente: “Quizá el mayor riesgo para un país, para su estabilidad, para su progreso y desarrollo está en atender a sus pobres, a las familias de menores ingresos”.

Hace más de 24 años, en su último año, de gobierno, López Portillo también lloró y pidió perdón a los pobres por no haber hecho nada por ellos.

López Obrador lo especifica diciendo: “no es humano, no es justo, ni siquiera es conveniente para la estabilidad política, vivir con tanta desigualdad social, la paz es fruto de la justicia social. El bienestar de la gente es el bienestar de la nación.”

Es posible que sus palabras sean sólo parte de un discurso, pero lo que si es cierto es que acierta en el mensaje que la mayoría de los ciudadanos quiere escuchar. En especial, aquellos que aun tenemos algo de conciencia social.

Los valores que plantea la izquierda mexicana están dando en el blanco. Y si bien el discurso es el correcto, no es suficiente pues falta que esos valores se conviertan en políticas operadas con responsabilidad por las instituciones, por mujeres y hombres serios y con principios.

Ojala que la izquierda esté conciente de su futuro, de la oportunidad que se presenta para arraigar la cultura democrática en las instituciones. Con un profundo sentido de la igualdad, la legalidad, la tolerancia y que admita y entienda las reglas del juego global internacional y que sea capaz de insertar a México en la competencia con el sello fundamental de la justicia.

El reto no es nada fácil. La izquierda requiere depurar vicios y personas que la desprestigian y que dañan su imagen. México necesita una izquierda que sepa darle la espalda al caudillismo y al culto a la personalidad. Que logre imponerse a las inercias patrimonialistas y a la visión clientelar de la política. Que le arriesgue a la democracia ciudadana y no a la de las corporaciones.

El PRD está a punto de que se le presente la misma oportunidad que tuvo el PAN. Ojalá, en base a la experiencia que vivimos, entienda que no es lo mismo hacer campaña que gobernar eficientemente a una ciudad o al país.

Mexicali, B.C. a 11 de febrero del 2006. 

* Economista egresado del Instituto Politécnico Nacional con Postgrado en Administración de la Calidad Total, Diplomado en Formulación y Evaluación de    programas y Proyectos de Inversión por la FAO y Profesor de la Facultad de Contabilidad y Administración de la Universidad Autónoma de Baja California.

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