Enrique
M. Rovirosa
En estas fechas en que se celebra la Pascua
de Resurrección, el evento más
significativo de todo creyente en Jesucristo,
es común que los medios televisivos hagan
gala de su repertorio de películas relacionadas
al cristianismo.
Con ello, que tengamos la oportunidad de repasar
películas épicas que hacen referencia
a la Biblia como son: Los Diez Mandamientos,
Quo Vadis, Ben Hur, Sodoma y Gomorra, entre
muchas otras.
Sodoma y Gomorra representa un pasaje del Antiguo
Testamento que llamó fuertemente mi atención
desde niño. En primer lugar, porque me
lo presentaron como ejemplo del grado máximo
de maldad al que llega a sucumbir el Hombre
y, en segundo, porque con él conocí
el peso de la justicia que es capaz de aplicar
Dios a los indignos.
Me impresioné con el dialogo entre Abraham
y Jehová, cuando el primero intercede
para salvar a Sodoma. Durante la conversación,
Abraham le pregunta si habrá de destruir
a los justos por los impíos, más
cuando pudiera haber cincuenta justos dentro
de la ciudad. Jehová le contesta que
si hallara a tal número de justos, perdonaría
a todo el lugar por el amor a ellos. De ahí
en adelante, Abraham le cuestiona en sucesión
si procedería a la destrucción
aún en caso de que sólo hubiera
45, 30, 20 hasta llegar a diez justos, a lo
que Jehová le responde en cada ocasión
que no actuará por el amor a ellos.
El final de esta narrativa es de todos conocido:
Jehová destruye a Sodoma y Gomorra porque
no hubo el numero de personas justas que lo
evitaran.
Lo anterior lo traigo a colación porque
hay ocasionas en que me pregunto: ¿Qué
desenlace tendría este pasaje bíblico
si, de existir un túnel del tiempo, pudiéramos
trasladar a Sodoma y Gomorra a los principales
políticos mexicanos de hoy día?
¿Cree usted que Jehová encontraría
entre todos a diez políticos justos y
por amor a ellos no procedería a su destrucción?
En lo personal, no metería las manos
por ninguno de ellos. Pero es justo reconocer
que no faltará quien defienda a muchos
por el sólo hecho de ser católicos,
que asisten a misa los domingos, se confiesan
y leen la Biblia. Pese a ello, estoy seguro
que la mayoría de los mexicanos coincidimos
en pensar que no hay político que no
sea corrupto. Y si bien existen honrosas excepciones
como en todo, encontrarlos es como “buscar
una aguja en un pajar”.
El diccionario de la Real Academia Española
define la palabra corrupción de la siguiente
manera: “En las organizaciones, especialmente
en las públicas, práctica consistente
en la utilización de las funciones y
medios de aquellas en provecho, económico
o de otra índole, de sus gestores”.
Antes esta claridad de palabras, quizá
los políticos de extracción cristiana
en nuestro país, consideran que sus actos
de corrupción constituyen pecata
minuta, dado que en los Diez Mandamientos
no se incluye de manera expresa uno relativo
a “No cometerás actos de corrupción”.
Y así, ignorando el sentido de los que
prohiben robar, mentir y codiciar, se rijan
por la usanza popular que dice “lo
que no está prohibido está permitido”.
Lo anterior sería una explicación
lógica aunque inaceptable, a tanta barbaridad
que cometen a diario.
También ayudaría a explicar el
por qué modifican de manera constante
nuestra Constitución Política
para incluir disposiciones que en otros países,
normalmente pasarían a formar parte de
leyes secundarias.
Independientemente de las creencias religiosas
de cada uno de nosotros, la Biblia contiene
fragmentos para una reflexión profunda,
incluyendo el actuar diario de los políticos.
Es cuestión de no perderse en los claroscuros
que utilizan muchos de ellos para justificar
actos que encajan perfectamente en la distinción
que hay entre el bien y el mal.
Viernes 14
de marzo de 2008. |