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Enrique M. Rovirosa

 

Los mexicanos sabemos por experiencia histórica, que las instituciones públicas en nuestro país no son de fiar, pues la corrupción y la impunidad han sido y son características difíciles de erradicar.

Para confirmar lo anterior, sólo basta con ver lo que sucede en los sistemas de impartición de justicia y seguridad.

Dicho lo anterior, no se puede evitar que exista un velo de sospecha sobre todo aquello que tiene que ver con la función pública y, por ende, aún de organismos descentralizados como el Instituto Federal Electoral (IFE).

En lo personal, una experiencia reciente con esta institución sirvió para apuntalar mis sospechas sobre su actuar. Asimismo, para confirmar que las leyes y reglamentos en nuestro país se manejan de acuerdo al criterio de quien esta ahí para vigilar que se cumplan.

Recibí del IFE, una invitación para participar como funcionario de casilla en la elección para Presidente de la República e integrantes del Congreso. Durante la visita de la persona encargada de hacerme la referida invitación, se me explicó con detalle todo el proceso que seguía el organismo para seleccionar a los integrantes de las mesas directivas de casilla. Incluso, se me hizo entrega de un folleto con el titulo de "La Jornada Electoral", mismo que contiene la información más relevante al respecto.

En dicho impreso, se detalla que cada mesa directiva de casilla se integrará por un presidente, un secretario, dos escrutadores y tres suplentes generales. De igual manera, explica que los cargos de los funcionarios de casilla se asignarán, entre aquellos ciudadanos que hayan resultado de un proceso de insaculación, de acuerdo con su escolaridad. Esto, como resultado de los mandamientos contenidos en el artículo 193 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales.

Haciendo caso omiso del citado ordenamiento, las autoridades del IFE decidieron que los puestos de las mesas directivas se asignaran de manera aleatoria y sin importar la escolaridad de los aspirantes.

La resolución anterior no sólo fue contraria a la ley y su espíritu sino que contravino principios básicos de tipo administrativo.

Para ilustrar el punto, imagínese que una empresa lanzara una convocatoria para contratar al Director de Administración, al de Finanzas y al de Producción. Y que se presentaran, digamos 100 candidatos para ocupar dichos puestos, cada uno de ellos con distintos grados de aptitud lo que permitiría calificarlos desde “excelentes” hasta “muy malos” para ocupar cada puesto. Ahora, imagínese que el área de recursos humanos, realizara una selección previa, donde quedaran unos 30 aspirantes y, en vez, de contratar de entre éstos a los mejores candidatos para cada puesto, optara por hacerlo vía un sistema aleatorio. Es decir, que pusiera en una tómbola un papel con cada uno los nombres de los aspirantes preseleccionados y luego sacara 3 de ellos para designarlos en cada puesto.

En caso extremo, podría darse como resultado que todos los seleccionados fueran “muy malos” para el puesto asignado.

Absurdo ¿Verdad?

Es seguro que los accionistas de la empresa que actuara así procederían a despedir de inmediato al Director de Recursos Humanos.

Y bueno, esto fue exactamente lo que hizo el IFE al asignar a los funcionarios de casilla.

Tras un proceso de intercambio de ideas con uno de los directivos locales de ese organismo, con fecha 20 de mayo del año en curso, presenté un escrito de inconformidad así como sugerencias de cambios al referido proceso de selección. Espero que algún día alguien se tome la molestia de contestarlo.

Miércoles, 21 de junio de 2006.

 
 

    

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